Yuri Knórosov, el soldado soviético que descifró el Código Maya
Parece una historia de ficción. En el año 1945, cuando las tropas del ejército rojo desplegaban la bandera de la Hoz y el Martillo en el Reischtang en Berlín, un soldado soviético observó unas cajas de libros que estaban a la mitad de una calle y tomó dos ejemplares que a la postre provocaría una revolución cultural al descifrar el contenido de la escritura Maya que durante siglos había desafiado a cientos de intelectuales y eruditos en el mundo.
Se llamaba Yuri Knórozov y había nacido en Járkov, actualmente Ucrania, en el año 1922. En 1940 ingresó a la Facultad de Historia de la Universidad Estatal de Moscú, pero poco tiempo después que inició la Segunda Guerra Mundial, se alistó como soldado de artillería.
Los libros que había escogido en la capital alemana fueron los Códices Mayas, de los hermanos Villacorta y Relación de las Cosas de Yucatán, de Diego de Landa
Sus amigos y alumnos cuentan que de joven Yuri leyó un artículo sobre la historia de los Mayas y desde entonces quería saber más sobre esa antigua civilización.
LO QUE FUE CREADO POR UNA MENTE HUMANA,
PUEDE SER ENTENDIDO POR OTRA MENTE HUMANA
“Cuando era estudiante, leí el artículo El desciframiento de la escritura maya: problema irresoluble del prestigioso investigador alemán, Paul Schellhas, – cuenta Knórozov en una entrevista. – Decidí que no podía aceptar su tesis. ¿Cómo puede ser un problema irresoluble? Mi tesis era y siempre será la misma: lo que fue creado por una mente humana puede ser entendido por otra mente humana. En este sentido, los problemas sin solución no existen y no debe existir en ninguna área científica”, afirmó Yuri. Y así fue.
Yuri empezó por el alfabeto del fray Diego de Landa, un misionero español de la Orden Franciscana en Yucatán que fue obispo de esa misma provincia en los años 1570 e hizo las primeras investigaciones de las escrituras mayas. “En realidad, no hice nada, – contaba Knórozov, – solo seguí a Landa. Y es así cómo llegué al éxito”.
A lo largo de cinco siglos, cientos de científicos intentaron descifrar el código maya, sin embargo, solo lo consiguió el ruso Knórozov. Yuri encontró los fallos en la metodología de Diego de Landa, lo que le llevó al descubrimiento del código maya. Landa quería encontrar un equivalente de los signos mayas para cada letra del alfabeto español, pero no había equivalencia, ya que la escritura maya era silábica. Knórozov averiguó que la lectura estaba compuesta por 355 signos de los códices, y estos signos correspondían con la escritura fonética y morfémico-silabica. Es decir, los glifos escritos por los mayas contenían tanto logogramas (signos que representan una palabra, como signos fonéticos. Esa fue la clave que le permitió descifrar la escritura maya.
La aportación de Yuri Knórozov (1922-1999) es notable en la historia de una de las aventuras intelectuales más apasionantes de la humanidad: el desciframiento de la escritura jeroglífica maya. En el centenario de su natalicio, 16 especialistas de México y del extranjero, en arqueología, historia, religión, iconografía y epigrafía, rindieron homenaje al científico.
En el año 1955, cuando presentó su tesis de posgrado, dedicada a los problemas de la escritura maya, el consejo científico del Instituto donde trabajaba decidió otorgarle el grado de doctor en ciencias. En los años 1963 y 1975, se publicaron sus dos monografías fundamentales: La Escritura de los Indígenas Mayas y Los Manuscritos Jeroglíficos de los Mayas, en las cuales explicó su método para descifrar el código maya. En 1975 recibió el Premio de Estado de la URSS.
Cabe mencionar que Knórozov hizo su descubrimiento sin haber estado nunca en las tierras de los mayas. Tuvo la oportunidad de visitar México sólo en los últimos años de su vida, cuando en 1994 fue condecorado con la Orden del Águila Azteca – la más alta condecoración que se les otorga a los extranjeros – por sus extraordinarios logros en el desciframiento de la escritura maya.
En su visita al país, dijo que tenía corazón mexicano.
En 2018 se erigió un monumento en su honor en la ciudad de Mérida, Yucatán.