La sangre del cordero de André Pieyre
de Mandiargue
Por: Mtra. Aurora Ruiz Vásquez
(Septiembre 1922-Febrero 2016)
I de II partes
Leer La Sangre del Cordero de Mandiargues es vivir la realidad envuelta en lo inimaginable, en el despertar de sentimientos y emociones fuertes, impregnados de poesía. Esta novela corta incluye una introducción de la hija de su autor, Sibylle Pieyre de Mandiargues, titulada Recuerdo de familia, en la cual analiza la dualidad padre-escritor en forma objetiva y también poética, vale la pena detenerse en ella para reflexionar.
Mandiargues fue un poeta y escritor francés (1909-1991) que recibió el premio Gouncourt en 1967 por El Margen. Combina en sus obras el surrealismo, existencialismo y el impresionismo, todos con tintes eróticos.
Tuvo vínculos con André Bretón y produjo poesías, cuentos, novelas y novelas cortas como El museo negro, Sal de lobos, Fuego de brisa, La marea, La sonrisa, El libro de mar y La motocicleta, entre otras. Es una pena que sus obras no se hayan reeditado y sean difíciles de conseguir en la actualidad, siendo que sus temas siguen siendo modernos y la poesía no muere.
La sangre del cordero es una historia de 36 páginas que podrían leerse en pocos minutos, sin embargo, hay que detenerse para reflexionar sobre su profundidad. Es una obra ubicada en una costa del Mediterráneo cargada de oscuro erotismo y religión. Su estilo poético es maravilloso es perfecto para tratar temas como el amor, la injusticia, la inocencia y la perversidad.
La protagonista es una niña de catorce años, Marceline Cain, escasa de cariño o mejor dicho, carente de él, que vive con sus padres y la sirvienta llamada Floka en una gran mansión. Tiene como mascota un conejo, Souci, al que adora: juega con él, le platica y se tira en el pasto del bosquecillo lejano para revolcarse y abrazarse con su amado animal.
Acaricia su pelambre amarillo sedoso “que hacía temblar sus senos en flor” causándole gran placer, lo besa en el hocico, lame sus dientes amarillos y es feliz satisfaciendo su incipiente sexualidad. El padre, el ingeniero Raphael Cain, un hombre taciturno, de mal carácter que siempre está enojado, no tiene ninguna comunicación con su hija, “cachorro indómito”, y menos la señora Caín; si habla es para ordenar o regañar cuando el conejo ensucia la casa, por lo que lo mantienen en una jaula de mimbre al aire libre.
En esta paz aparente, sucede algo insólito: la criada, el papá y la madre conspiran y deciden matar al conejo, y lo peor, guisarlo sin que Marceline se entere y dárselo a comer. Cuando regresa con su madre un día de compras, pregunta por su conejo y le dicen que ya está encerrado; llegan a cenar conejo bien guisado. Después de comer el padre anuncia que han sacrificado al conejo pues causaba muchas molestias.
Esperan la reacción dramática, llantos, pataleos, desmayos, protestas por la canallada, pero Marceline comprende las miradas y risas cómplices y por no complacerlos se traga el tremendo “desgarrón que se estaba produciendo en la intimidad de esa niña muda”.
Llena de ira y de odio que la llevan como sonámbula a alejarse de la casa, en busca del encuentro de su primigenia experiencia de dolor lacerante y sangre.
Se desencadenan hechos de suicidio y asesinatos no explícitos pero que se deducen por las pruebas encontradas. Es un relato dramático apasionante lleno de metáforas y de poesía, donde la inocencia se transforma en maldad y crimen.
“Hacia arriba de los mataderos, veíase el cabaret Carne de Cerf una casa grande” con luces deslumbrantes donde se reunían los pastores para beber y bailar como locos y donde penetró Marceline en su carrera sin rumbo, huyendo como autómata de la maldad de sus propios padres.
Cuando aquella orquesta infernal empezó a tocar, “la voz de pavo real” de un negro se escucha entre bailes y acrobacias espectaculares. Cuando su vista se encuentra con Marceline, salta hacia ella y la arrastra al abismo, la lleva al matadero, donde las ovejas y corderos esperan ser degollados, y termina dejándole hilos de sangre entre las piernas. El negro, sintiendo la culpa de su acción, pasa la cuerda con nudo flojo por su cabeza y se arroja al vacío.
Marceline piensa que es una acrobacia más, él tira el cuchillo, ella no siente miedo, nota al negro “menos negro”, débil le da la espalda a todo lo sucedido y regresa por el mismo camino.
Llega al jardín de su casa al amanecer, las ventanas están un poco abiertas y sigilosa entra a la habitación de sus padres, donde más tarde se encuentra el cuchillo del negro tirado en el suelo.
En La Sangre del Cordero se transforma la inocencia en maldad. El negro carnicero Petrus con su cuchillo de matarife representa la fuerza bruta que después se trastoca en débil y la otra fuerza que era débil ahora es la dueña del poder.
El estilo de la novela atrapa por completo y halaga el oído, por su ritmo cadencioso y poético que asombra. El tema que trata es fuerte y muestra la metamorfosis de una niña en mujer. El amor sin reservas que puede inspirar un animal cuando no hay humanos de por medio, expresa el odio y la venganza hasta sus últimas consecuencias. Un drama humano que no pocas veces se presenta.
Según opinión de Octavio Paz, André Pieyre de Mandiargues “es uno de los escritores en verdad originales (…) dueño a un tiempo, de un lenguaje y un mundo”.
La Sangre del Cordero
André Pieyre de Mandiargues
Traducción de Gabriel Saad
México, Toledo, 1995.
39 pp
Reseñas
Págs. 165, 166,167, 168, 169